A finales del siglo XII y en un espacio geográfico en el que seguían imperando las formas románicas que durante más de doscientos años habían cohesionado en un mismo ideal artístico y religioso el sentir de Occidente, un estilo nuevo se expande por toda Europa, el Gótico, fruto de la conjunción de un entramado de factores teológicos, estéticos y sociales.
Viene a coincidir esta expansión artística con el nacimiento de una nueva sociedad urbana, la burguesía, sustentada en el comercio y gracias al desarrollo de las comunicaciones y el crecimiento de las ciudades.
La construcción de las catedrales, la aparición de las universidades y las nuevas órdenes religiosas, avivan una nueva cultura. El gótico eleva catedrales llenas de luz, al tiempo que adquiere importancia la arquitectura civil con la construcción de ayuntamientos, lonjas, universidades, palacios y casas señoriales. Nacen tipologías constructivas desconocidas hasta entonces y se produce una de las más radicales rupturas estilísticas que ha conocido la arquitectura occidental.
El nuevo arte surge en Francia a mediados del siglo XII en torno a la abadía de Saint Denís, a las afueras de París, cuando el abad Suger emprende un ambicioso programa de reformas en su monasterio en la idea de la luz como símbolo de la Divinidad. Para Suger, Dios es luz. Centro y origen del universo invisible y del universo visible.
Asistimos a una nueva concepción del mundo, una nueva manera de entender la realidad, una forma distinta de concebir las relaciones de lo humano con lo divino.
Si san Agustín había sido la base filosófica del idealismo de Platón, mantenida en los siglos altomedievales, a partir del siglo XII el pensamiento recupera la preeminencia de los sentidos defendida por Aristóteles, un “prehumanismo” que proclaman y sostienen hombres de Iglesia de la talla de Alberto Magno o Tomás de Aquino. El trascendentalismo románico va a dar paso, en el transcurso de los siglos XII y XIII, a una nueva filosofía, “la Escolástica”, que encuadra de forma armónica todo el saber de la época y afirma la posibilidad de llegar a Dios, además de con la fe, a través de la razón. Reflejo de la Jerusalén celeste, el templo material se convierte en el símbolo de la iglesia espiritual.
Es el tiempo de la Europa de las Catedrales: Notre Dame de París, Chartres, Reims, Amiens, Beauvais…
En la ejecución de estas grandes obras se van a emplear elementos innovadores que singularizan el nuevo estilo: el arco apuntado, la bóveda de crucería y el empleo de arbotantes, lo que permitirá la construcción de edificios mucho más grandes y elevados, espacios sagrados iluminados con grandes vanos por los que penetra la luz, el soplo divino que todo lo crea. El propio Suger, al tratar de las obras por él emprendidas en Saint Denís, expresará con claridad sus objetivos: hacer de lo material algo inmaterial mediante la introducción de la luz, estrechamente vinculada a la gracia de Dios.
También en la escultura y en menor medida en la pintura, se producen cambios importantes respecto al románico. La percepción atemporal y simbólica de las hieráticas figuras románicas, irán dejando paso a un progresivo naturalismo donde el escultor busca la belleza formal. Las figuras transmiten emociones. El anhelo simbólico queda reducido a la arquitectura.
Estas ideas y este modo de construir opus francigenum (a la manera francesa) –el término “gótico”, surge en el siglo XVI como desprecio a un arte que Giorgio Vasari considera bárbaro-, llega a los reinos hispanos en los años finales del siglo XII. En Castilla hay un tiempo de transición, durante el reinado de Alfonso VIII (1158-1214), en el que algunos grandes templos comenzados bajo premisas románicas se continúan en gótico, como las catedrales de Ávila, Cuenca o Sigüenza, mientras se produce la penetración de la orden del Císter en los reinos cristianos peninsulares y con ella la expansión del nuevo estilo.
El reinado de Fernando III (1217-1252) marca la agonía del románico en la región castellanoleonesa y el triunfo del gótico, cuyos máximos exponentes serán las catedrales de Burgos, León y Toledo.
Burgos era, por entonces una ciudad próspera. Gracias a su privilegiada situación geográfica, cruce de los principales caminos del norte peninsular, acceso de los puertos cántabros a la Meseta y punto importante en el Camino de Santiago que enlaza los reinos cristianos en el norte peninsular, la ciudad se convierte en hito destacado de una de las principales vías de comunicación de Europa.
Esto y un cada vez mayor florecimiento económico, propiciará que se reafirme su papel político en el Reino, a lo que había contribuido de manera especial la traslación de la sede episcopal de Oca a Burgos por Alfonso VI en el siglo XI.
Alfonso VIII, al establecer su corte en Burgos, funda a las afueras de la ciudad el Monasterio de Santa María la Real de Huelgas y el Hospital del Rey para atención de peregrinos. Serán las primeras construcciones góticas en Burgos.
Años después, y al tiempo que se llevaban a cabo las obras del monasterio cisterciense, su nieto Fernando III promoverá la construcción de la nueva catedral a instancias del obispo Mauricio.
La nueva fábrica de la catedral burgalesa, comenzada en 1221, bajo la advocación de Santa María, ejercerá un gran impacto en el tejido urbano de la ciudad medieval, pasando el centro de atención de la vida ciudadana del castillo a la parte baja de la urbe, en torno al templo catedralicio donde, derruidas las primitivas murallas al expandirse la ciudad por el llano hasta el río, se levantan nuevos e importantes barrios, presidido por las torres de la catedral que pugnan por abrirse paso hacia las alturas, conforme al verticalismo que emana del nuevo estilo, realzado en el siglo XV con la construcción de dos chapiteles calados que acentuarán su sentido ascensional.
La catedral de Burgos representa la primera gran fábrica gótica levantada en España que ofrece una imagen renovada de la arquitectura.
Su construcción focalizará durante muchos años la actividad artística, no sólo de la ciudad, sino de una amplia zona de influencia. A su sombra se crea una importante escuela de arquitectos que extienden las formas góticas, en los siglos XIII y XIV, por toda Castilla y aún por gran parte de Aragón y Andalucía, reconquistada prácticamente ésta por Fernando III –excepto el reino de Granada-, tras las conquistas de Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248).