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Madrid, Patrimonio del Renacimiento español

Por Rafael Núñez Huesca (Periodista y escritor)

Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de los países del mundo, los españoles tendemos a menospreciar nuestro país. Se trata de una actitud absurda, que no responde a razones objetivas, y que arrastra una larga tradición. España, según todos los índices de imagen y reputación, gusta más fuera que a los propios españoles. La nota que nos ponemos a nosotros mismos es, siempre, indefectiblemente, más baja que la que nos atribuyen el resto de países.

La autocrítica, imprescindible para progresar, deviene aquí en paralizante autoflagelación. Al contrario que el mundo anglosajón, donde el cine y la literatura construyen una imagen altiva y orgullosa de norteamericanos y británicos, nuestras industrias culturales y de entretenimiento han contribuido, por lo general, a deprimir la imagen del país. A dibujar un lugar oscuro, intolerante, y religioso hasta el fanatismo cuando la novela es histórica; o un país atrasado, torpe y cañí cuando la narración discurre en el presente. El malestar de España y la pesadumbre se adivinan también, por ejemplo, en canciones populares como ‘España camisa blanca’, en la que se alude a una “reseca historia que nos abraza”, una “negra pena” que amenaza y pone “el desasosiego en nuestras entrañas”. O ‘Mi querida España’ de Cecilia, en la que también se observa un fondo de amargura.

Desde hace algunos años, por fortuna, parece haberse despertado una reacción de signo contrario. Españoles exitosos de todas las disciplinas como Antonio Banderas, José Luis Garci, Rafa Nadal, Fernando Alonso o Carmen Maura vienen denunciando la injustificada falta de autoestima y la inclinación de los españoles a “hablar mal de España”.

Se aprecia cierta voluntad intelectual por revertir esta suerte de masoquismo nacional. Por elevar la autoestima. La generosa labor de ADIPROPE es parte de esta tendencia. España reúne más Patrimonios de la Humanidad que Francia, Alemania o Inglaterra; sólo China e Italia, cunas de la civilización orienta y occidental, suman más que nosotros. Y es preciso que se conozca. Porque lo difícil es encontrar un rincón de esta vieja piel de toro que no albergue monumento, costumbre o ciudad de proyección y reconocimiento universal.

Así, en 1984 la UNESCO reconoce a España sus primeros Patrimonios Mundiales. Se trata del Centro Histórico de Córdoba, la Alhambra y Generalife de Granada, la Catedral de Burgos, las obras de Antonio Gaudí en Barcelona y el Monasterio y Real Sitio de El Escorial.

SAN LORENZO DE EL ESCORIAL

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Un año después de la histórica batalla de San Quintín, el emperador Carlos I muere en Yuste. Es el año 1558. En el testamento figura una petición muy concreta a su hijo: ser enterrado en un edificio ex novo. Tal lugar se conocería con el nombre de Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, y para su emplazamiento se escogería el centro geográfico de la Península Ibérica, a mil metros de altitud, en la Sierra de Guadarrama, un lugar telúrico desde la Antigüedad y de gran belleza natural.

Desde finales del siglo XVI el Real Sitio fue considerado como la Octava Maravilla del Mundo. Por su tamaño colosal, por su regio valor simbólico y por albergar tantos y tan diferentes universos: monasterio, palacio, panteón real, jardines y una biblioteca fastuosa y legendaria que es una enmienda a la totalidad de la Leyenda Negra. Felipe II dispuso un auténtico templo del conocimiento científico con dibujos y grabados, retratos de personajes, instrumentos matemáticos, mapas, esferas, astrolabios, reproducciones de fauna y flora y libros. Muchos libros. Miles de libros.

Para su construcción se rompieron todas las reglas arquitectónicas de la época, convirtiéndose en una de las más singulares arquitecturas renacentistas de toda Europa. Según reconoce la UNESCO, el Real Sitio representa una obra maestra del genio humano creativo, sujeta, además, a la voluntad del hombre más poderoso de su tiempo: el Rey Felipe II.

La que iba a ser la tumba del Emperador Carlos I sería también la de cuantos reyes pasaron por la historia de España. El Escorial es un hito del Renacimiento y un ejemplo del desarrollo cultural humanista de la España del Siglo de Oro. Su modelo, a mucha menor escala, fue replicado a otros centros de enseñanza y de poder en Europa y América y sentó las bases de una nueva era del conocimiento humano.

ALCALÁ DE HENARES

Tuvieron que pasar 14 años para que la Comunidad de Madrid fuera reconocida con un segundo Patrimonio de la Humanidad. Es en 1998 cuando la UNESCO inscribe la Universidad y el Recinto Histórico de Alcalá de Henares en el listado de las nuevas Maravillas del Mundo. Los expertos internacionales no sólo advirtieron en Alcalá la primera ciudad universitaria planificada del mundo sino la materialización de la Ciudad Ideal o Ciudad de Dios (Civitas Dei), un prototipo de comunidad urbana que el Imperio Español replicaría por toda América y del que beberían muchas universidades europeas.

Aquella viejísima ciudad de origen romano (Complutum, de ahí el gentilicio actual ‘complutense’) en la que se venía produciendo un intercambio de valores culturales y humanos entre cristianos, judíos y musulmanes se convertiría, en el siglo XVI, en el vértice intelectual y cultural de la nueva Hispanidad y, como el Escorial, en un hito del Renacimiento. Alrededor de la Universidad se alzaron colegios mayores como el de San Ildefonso, conventos, un hospital y una de las principales imprentas del país, de cuya prensa salió la trascendental Biblia Políglota Complutense.

La ciudad fundada por el Cardenal Cisneros a principio del siglo XVI es Patrimonio de toda la Humanidad, pero muy singularmente de los quinientos millones de hispanohablantes repartidos por toda la Tierra. Alcalá de Henares impulsó la lengua española tanto como su hijo más ilustre, Miguel de Cervantes Saavedra, y a lomos del castellano viajó la cultura clásica y el conocimiento científico. Lo dijo Antonio de Nebrija, profesor en Alcalá, en su histórica Gramática: “La lengua fue siempre compañera del Imperio”.

La fachada de la Universidad, de estilo plateresco, está considerada una de las obras más importantes del Renacimiento español. Por sus aulas pasaron las plumas más universales de la literatura castellana: Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca o el propio Miguel de Cervantes. Y cada 23 de abril el paraninfo acoge la entrega, a cargo de los Reyes de España, del Premio Cervantes de Literatura.

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ARANJUEZ

En el año 2001 se le reconoce un nuevo Patrimonio de la Humanidad a la Comunidad de Madrid. Se trata de Aranjuez, situado en un enclave tan hermoso como excepcional: la vega de los ríos Tajo y Jarama. El emplazamiento ha permitido que la naturaleza, sinuosa y espontánea, y la obra geométrica del hombre, convivan en una armonía pocas veces vista en el mundo: estanques, parques, jardines, puentes o huertas engarzan mágicamente vida urbana y rural.

Aparece de nuevo aquí la mano de Felipe II, pues fue la curiosidad científica e intelectual de este príncipe del Renacimiento la que hizo de Aranjuez una gloria de España y del mundo. Fue bajo su reinado que se mandó construir el impresionante Palacio Real. Y tanto el propio palacio como los jardines a los que Aranjuez debe su fama fueron diseñados en gran medida por Juan Bautista de Toledo, el arquitecto de El Escorial. Allí se creó el primer jardín botánico de Europa, una isla cuajada de árboles por la que pasearon avestruces, pavos reales y todo tipo de animales exóticos.

Felizmente, los reyes sucesivos velarían por la continuidad del proyecto, protegiendo la exclusividad de la zona y restringiendo el asentamiento de población. Los Borbones retomarían el proyecto en el siglo XVIII y transformarían notablemente el lugar. Tanto que Felipe V, el primer Rey de la dinastía, quiso hacer de Aranjuez su Versalles particular y el palacio se concluiría, por fin, al estilo francés. Aquél impulso borbónico legó muchos de los jardines que hoy conocemos. Parques y vergeles de influencias inglesa, italiana, flamenca o musulmana, así como gran variedad de vegetación importada de Asia y América son visitados hoy por miles de turistas de todo el mundo.

El HAYEDO DE MONTEJO

Hace miles de años los bosques de hayas se extendían por toda la Península Ibérica. Cuando los hielos volvieron a sus polos y las hayas se retiraron al norte más húmedo, en el cálido Sistema Central sólo quedaron tres pequeños vestigios: el hayedo del puerto de la Quesera, el de Tejera Negra y el de Montejo, este último en la Comunidad de Madrid. Hace tres años fueron reconocidos por la UNESCO como Patrimonios de la Humanidad en la categoría de bien natural.

Así, el Hayedo de Montejo, situado en la Sierra Norte, concretamente en el municipio de Montejo de la Sierra, puede considerarse un bosque mágico, un lugar parado en el tiempo. El microclima de la zona, con la ladera de la colina a la sombra, hace posible el milagro de uno de los bosques de hayas más meridionales de Europa. Hay ejemplares enormes, de más de 30 metros; algunos hasta tienen su propio nombre. La llamada Haya de la Roca, con más de 250 años, ya había brotado cuando, por ejemplo, las tropas de Napoleón tomaron la península. El lugar alberga también precisosos robles, cerezos silvestres, avellanos, abedules, rebollos, acebos, brezos y serbales.

Así, con el Hayedo de Montejo, cuatro de los 48 patrimonios de la Humanidad que tiene España están en la Comunidad de Madrid. Una región que acoge el acero y el asfalto de una gran capital europea, pero también, como se ha visto, este bosque milenario y los ejemplos más hermosos del Renacimiento español. Botánica, letras y arquitectura fueron artes y ciencias aquí cultivadas y proyectadas luego hasta los confines del mundo.

Tal es la contribución de Madrid y de España al mundo. Y debe saberse. Los niños que regirán nuestro futuro deben conocer que España es el gol de Iniesta que nos bordó una estrella al pecho, pero también la Alhambra de Granada; es Rafa Nadal extasiado sobre la tierra batida de Roland Garros, pero también la obra universal de Gaudí, Atapuerca o el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial.

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