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Consideraciones en torno a la propuesta del eje prado-Retiro de Madrid como patrimonio mundial

Historia y algunos de los muchos valores destacables en el área propuesta
Por María Rosa Suárez-Inclán Ducassi

Como es sabido, durante años, España ocupó el primer puesto entre los países que poseían bienes culturales reconocidos por la UNESCO como Patrimonio Mundial. Hoy en día, figura en la correspondiente Lista (LPM) en tercer lugar (con 48), tras Italia, referencia mundial común sobre Historia del Arte, y China, de muy vasta extensión y milenaria cultura de índole oriental (ambos con 55), lo que debe hacernos conscientes no sólo de su riqueza e importancia a escala global sino, primordialmente, del interés que despierta el patrimonio en nuestra sociedad.

En 2014, responsables de cultura del Ayuntamiento de Madrid me consultaron, a través de unos arquitectos miembros de ICOMOS, sobre mi modesto parecer acerca de qué bien o bienes de dicha ciudad podrían ser propuestos a la citada organización internacional para su posible inclusión en la mencionada Lista. Mi sugerencia se centró en el perímetro comprendido entre la plaza de Cibeles, Alcalá, O’Donnell, Menéndez Pelayo, el límite del Retiro por el Sur, abarcando también el Museo Nacional de Antropología y el Palacio de Fomento, realizado por Velázquez Bosco – hoy día Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación – y, desde allí, el Paseo del Prado hasta la plaza mencionada en primer término. Es decir, un espacio bien conocido y frecuentado por los madrileños que, como se cita más abajo, refleja principalmente el impulso creativo, científico y artístico llevado a cabo en los reinados de Felipe IV y Carlos III. Y, por añadidura, aportaciones destacables de Fernando VII, y alguna de Isabel II, así como en memoria de Alfonso XII, puertas y cercamiento de rejería, un considerable número de pabellones y esculturas de autores famosos, y otras más recientes como la Rosaleda (s.XX) y el Bosque del Recuerdo, erigido éste en memoria de los salvajes atentados perpetrados en trenes de cercanías de Madrid, la mañana del 11 de marzo de 2004, con un resultado de 196 muertos y 2056 heridos.

A raíz de lo antedicho, el ayuntamiento madrileño se decantó por la referida candidatura y, para proceder a su divulgación entre la ciudadanía, así como a recabar el interés y apoyo de expertos, me invitó a ayudarlo mediante la preparación de un encuentro internacional de éstos últimos, que tuvo lugar en diciembre del citado año.

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A partir de entonces, según mis noticias, la paisajista Mónica Luengo Añón se ha encargado de preparar el expediente de la candidatura presentada a la UNESCO cuya decisión se espera conocer en breve. Sin duda, habrá realizado un espléndido trabajo que confío será recompensado con el reconocimiento que el sitio elegido merece, a mi juicio. Según referencias de terceras personas, en éste se incluyen, además del espacio sugerido inicialmente, otros escenarios y obras que exceden del aquel. Y ello, ya sea por su emplazamiento – como el hotel Palace y, sobre todo, el edificio de Las Cortes- o por existir muy diversas apreciaciones, tanto sobre su inserción en el paisaje urbano, como acerca del incendio que facilitó su ubicación – es el caso de Caixa Forum – y que antes se proponían no como parte del núcleo a declarar como patrimonio mundial, sino como integrantes del límite perimetral o barrera de protección del mismo.

Son ya muchos los autores y trabajos que han contribuido a dar a conocer el valor histórico y cultural del Retiro y su zona adyacente. Entre ellos, en el ya lejano julio del año 1985, el Boletín Nº 7 de ADELPHA2 (Asociación de Defensa Ecológica y del Patrimonio Histórico y Artístico)– de amplia repercusión en aquel entonces- publicó un trabajo mío, nutrido en valiosos conocimientos de profesionales y estudiosos de aquel tiempo a quienes valoro y admiro profundamente, y de los que más he aprendido, que cito al final de este trabajo.

El Parque del Retiro obedece al impulso del Conde Duque de Olivares que concibió su creación como un área de esparcimiento y boato para su Rey, Felipe IV, que aún reinaba en un imperio de colosales dimensiones. Su configuración partió del Monasterio de Los Jerónimos que los Reyes Católicos habían trasladado al lugar que hoy ocupa la Iglesia de San Jerónimo y el área circundante. Es de recordar que dichos monjes actuaban como aposentadores reales, a cuyo efecto el citado monasterio contaba con un espacio llamado “Cuarto Real”, donde reyes y miembros de la familia regia podían retirarse en épocas de luto y penitencia. De ahí proviene el nombre de “Retiro”.

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El proyecto, iniciado en 1629, requirió la adquisición de numerosas parcelas colindantes y la contratación de más de mil obreros. Su dimensión resultó equivalente a casi la mitad del Madrid de la época. Las diversas construcciones palaciegas del conjunto, situadas en la zona Sur, eran dispersas, no aparecían como planificadas entre sí, sino que, como decía el arquitecto Fernando Chueca Goitia, más parecían resultado de un proceso de edificación campesina a modo de “cortijo”. Aunque no ofrecieron una calidad destacable en su aspecto exterior, y tampoco por los materiales empleados, internamente contenían numerosas obras de arte y, entre ellas, valiosísimas pinturas de insignes maestros, una colección real ésta que Felipe IV contribuyó a aumentar notablemente con unos 2000 cuadros, y que en el reinado de Fernando VII se trasladó al actual Museo del Prado, a instancias de su segunda esposa, la joven Doña Isabel de Braganza, que murió a los dos años de contraer matrimonio. Lo que se pretendió y se hizo en el Retiro fue un magnífico escenario para el Siglo de Oro. En él tendrían lugar representaciones de obras teatrales de los más destacados autores de la época, conciertos, naumaquias en el Estanque Grande, fabulosas recepciones y banquetes que, al parecer, llegaron a ser de mil platos.

Desde dicho estanque, construido sobre un lago natural, se distribuiría el riego a través de acequias, aprovechando el desnivel del terreno que desciende notablemente hacia el Paseo del Prado.

También se podía navegar, en embarcaciones bellamente decoradas, por el canal paralelo al mismo estanque en su lado Sur, denominado “Río Grande” o del “Mallo”- obra ésta de Josef de Prades y Juan de Caramenchel,- que continuaba por el luego conocido como “Paseo de Coches” y torcía después para rodear la entonces ermita de San Antonio de los Portugueses, donde se sitúa la actual glorieta del Ángel Caído, desde la que se efectuaba el regreso. El llamado “Río Chico” circulaba en dirección Noroeste hasta la ermita de San Juan, junto a la actual Plaza de Cibeles. Muchas otras ermitas se erigían en el Retiro, que también sería dotado de una “Jaula de Aves” y una “Leonera” de fieros animales.

Ermita de San Antonio de los portugueses

Ermita de San Antonio de los portugueses

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En el ámbito de la escenografía, destacó Cosme Lotti, especialista en fuentes y juegos de agua, que se había distinguido en los jardines Boboli del palacio Pitti de Florencia y que, al parecer, también lo hizo en el Retiro. Su prodigiosa escenografía se hizo patente en

memorables representaciones teatrales. Le sucedió el también escenógrafo Baccio del Biancho. Jardineros toscanos – que ya habían colaborado en los jardines de Aranjuez- y flamencos trabajaron en el Retiro, así como el genovés Benedetto Babastrelli y el jardinero mayor de los Reales Alcázares de Sevilla, Juan de Ribera.

El conjunto del sitio obedecía a un espíritu barroco. Los espacios ajardinados, de diseño geométrico, eran fundamentalmente los situados en los respectivos jardines del Rey y de la Reina, entre el palacio y el “ochavado”, lugar éste último que, en gran parte, ocupa el actual Parterre.

Mención merecen también las esculturas, entre las que pueden destacarse las ecuestres de Felipe IV, obra a la que se atribuye ser la primera que logra el equilibrio del caballo, con jinete, levantado sobre sus patas traseras, realizada por el florentino Pietro Tacca que ya había hecho la de Felipe III. En el reinado de Isabel II se trasladaron ambas, respectivamente, a la Plaza de Oriente y a la Plaza Mayor, donde pueden contemplarse. Otras numerosas obras escultóricas fueron traídas desde Aranjuez- entre ellas la de “Carlos V y el Furor” de Leone Leoni, que evoca al vencedor de la herejía -, así como desde el Alcázar, Flandes, etc.

Respecto a la extraordinaria colección de cuadros llevada a cabo por Felipe IV, como se ha apuntado más arriba, se debe resaltar que los techos del Salón de Reinos (llegado a nuestros días y que, hasta época relativamente reciente, albergó el Museo del Ejército),estaban cubiertos de frescos, y las paredes de cuadros de magníficos autores que representaban los triunfos en las batallas de su reinado, como el conocido como “Las Lanzas” o “Rendición de Breda”, y retratos del Rey y su familia, de Velázquez, así como obras de Zurbarán y otros afamados pintores. A tan extraordinaria colección también contribuyeron algunas donaciones como las del marqués de Leganés y el conde de Monterrey.

Sin duda, la obra que nos ocupa resultó muy costosa, lo que suscitó críticas y descontentos, especialmente en los adversarios de Olivares, aunque también personalidades tan célebres como Lope de Vega y Calderón manifestaron su apoyo. Otros soberanos actuaron de forma similar, a pesar de que Europa sufría una grave recesión, a

consecuencia de las guerras. Éstas, en todo caso, resultaron incomparablemente más costosas Por su parte, Richelieu, frente a la austeridad de su rey, Luis XIII, manifestó que “los extranjeros sólo conciben la grandeza de un príncipe si se traduce en apariencias”. En sentido contrario, Maquiavelo y otros pensadores preconizaban la austeridad y el estoicismo.

Salón de Reinos

Salón de Reinos

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El reinado de Carlos II no se caracterizó por la pompa y el boato en el Retiro. Son de destacar los frescos de Luca Giordano que representan una alegoría del Toisón de Oro y se conservan en el techo del Casón, edificio que, a lo largo de los años, ha sido destinado a diversos usos y que, tras unas excavaciones especialmente profundas, se ha habilitado como un anexo del Museo del Prado.

La influencia francesa se dejó sentir a través de la primera esposa de Felipe V, María Luisa de Saboya. La princesa de los Ursinos intentó la construcción de un nuevo palacio real diseñado por Robert de Cotte, parecido al proyectado por Bernini para el Louvre, que no se llevó a la práctica, pero inspiró el que posteriormente fue erigido en su actual emplazamiento. Del proyecto de De Cotte sólo el Parterre del Retiro llegó a realizarse y conservó su espíritu y trazado básicos hasta 1968, año en que sufrió un drástico arrasamiento seguido de un profundo cambio de fisonomía. La segunda mujer del rey, Isabel de Farnesio, orientó la actividad artística hacia el modelo italianizante y centró su interés en el palacio y los jardines de La Granja.

El rey Fernando VI y su mujer, Bárbara de Braganza, marcaron una etapa de entusiasmo por la música y la danza, en la que destacó la escenografía y el canto del famoso Farinelli.

Coincidiendo con la época de la Ilustración, Carlos III dejó una impronta de primera importancia en el espacio de Madrid contemplado en este escrito. A él se debe el proyecto de promoción y embellecimiento del Paseo del Prado, planeado por Hermosilla y hecho realidad por Ventura Rodríguez al que se debió el diseño de las Fuentes de Neptuno, Apolo y Cibeles. El mismo monarca dispuso la construcción del Gabinete de Historia Natural – actual Museo del Prado – obra del arquitecto Villanueva, al igual que el entonces contiguo Jardín Botánico. Un jardín éste cuyo herbario se enriquecería notablemente a través de las conocidas expediciones científicas al Nuevo Mundo, y sus fondos documentales y artísticos

con extraordinarias colecciones de dibujos, como las de Celestino Mutis. Otra obra destacable proyectada en ese reinado fue el Observatorio Astronómico, inspirado por Jorge Juan, trazado por Villanueva, iniciado en 1790, utilizado por los franceses como polvorín durante la Guerra de la Independencia, y ultimado por Pascual y Colomer cincuenta y siete años más tarde. A Carlos III se debió también la creación de la Real Fábrica de Porcelanas
– iniciada con obreros y pasta que trajo de la que había fundado en Capo di Monte cuando vino a reinar en España- instalada en el lugar donde hoy se encuentra la estatua del Ángel Caído. La fábrica fue volada por los ingleses, al finalizar la guerra de la Independencia, para evitar la competencia. El Retiro también fue abierto al público (1767) en verano y otoño, de media tarde hasta las nueve, y con la exigencia de ciertas normas de urbanidad.

Carlos IV y su consorte, María Luisa de Parma, dieron preferencia al Jardín del Príncipe en Aranjuez y su Casita del Labrador.

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La gran destrucción del Retiro se debió a la invasión napoleónica, cuyas tropas tomaron el recinto como cuartel, e instalaron en él su artillería, talaron innumerables árboles y destrozaron no sólo el parque sino las edificaciones palaciegas a las que ya se ha hecho referencia. Tan sólo se mantuvieron, en estado precario, los ya citados edificios conocidos como el Casón y el Salón de Reinos, aunque necesitaron serias reparaciones, además de sufrir numerosas reformas posteriores. Incluso hace muy pocos años se preveía sobre el último una nueva operación de cirugía intervencionista neo arquitectónica y de tinte tan reformista como publicitario, en un momento de fugaz evolución, que afectaría no sólo al edificio sino a su entorno.

A Fernando VII correspondió la tarea de restaurar lo que había sido arrasado. Realizó numerosas plantaciones y, tras encargar un informe arquitectónico que evidenció su deplorable situación, se procedió a demoler los restos, a excepción de los dos edificios citados en el párrafo anterior. El rey cedió gran parte de los jardines para uso público y se concentró en el espacio conocido como el “Reservado” que comprendía la zona NE, incluyendo en ella el estanque grande al que dotó de embarcadero, la fuente egipcia en su extremo Sur, pabellones exóticos y de carácter popular, como la Casa de Vacas y la del Contrabandista, la montaña artificial y la Casa de Fieras. A su segunda mujer, Isabel de Braganza, debemos el traslado de la magnífica colección real de pintura al actual Museo del Prado que, como se dice más arriba, había sido erigido en el reinado de Carlos III como gabinete de Historia Natural y Academia de las Ciencias. Tampoco debe olvidarse que el inmueble estuvo ocupado por las tropas francesas hasta 1811 y que, tras un proyecto de reforma encargado a José Aguado, discípulo de Villanueva, fue Fernando VII quien, en 1818, decidió la completa restauración del edificio a su propia costa para dotarlo de colecciones reales de pintura como acaba de indicarse.

El reinado de Isabel II también supuso una serie de contribuciones destacadas, como el Paseo de las Estatuas donde se colocaron varias provenientes de una serie representativa de reyes, destinada a la cornisa del Palacio Real en la que se instaló gran parte de ellas, pero cuyo peso total sobrepasaba la resistencia del mismo. También se restauró el Parterre, se abrieron caminos y se realizaron plantaciones, especialmente en el llamado Campo Grande, al Sur del Estanque. Uno de los nuevos caminos, orientado de Norte a Sur, se convertiría después en calle limítrofe del parque (primero se llamó Granada y actualmente Alfonso XII). Forzada por las grandes necesidades de la Hacienda Pública, y ante la total devastación causada por la guerra napoleónica en todo el complejo palaciego situado entre dicha vía y el Paseo del Prado, Isabel II se vio obligada a autorizar la venta al Estado de dicha parte de la que sólo quedaban los dos edificios antes citados. El Estado, a su vez, la vendió a particulares y en ella se construyó el llamado barrio de Los Jerónimos, para el que se trazaron las tres actuales calles paralelas al Retiro y al Prado, y diez perpendiculares, así como el espacio que correspondió a la Plaza de la Independencia y a la de la Lealtad. En el solar que luego ocupó el palacio de comunicaciones, hoy día sede principal del Ayuntamiento de Madrid, siguió existiendo lo que pasó a denominarse Jardines del Buen Retiro hasta la construcción de dicho edificio.

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En 1867 tuvo lugar la exposición de Filipinas que dio lugar a la creación del Palacio de Cristal por el arquitecto Velázquez Bosco, autor también de la Escuela de Ingenieros de Minas situada en la calle Ríos Rosas, así como del Ministerio de Fomento (hoy de agricultura). También en el reinado de Alfonso XII se celebró en el Retiro la Exposición Nacional de Minería para la que dicho arquitecto creó el llamado Pabellón Velázquez.

El cerramiento del jardín fue realizado, a partir de 1870, por los arquitectos municipales José Urioste y Agustín Felipe Peiró que diseñó la verja de la calle Granada, hoy Alfonso XII, y la Puerta de España, situada a la entrada del Paseo de las Estatuas, en el último decenio del siglo XIX. La Puerta de la Plaza de la Independencia fue traída desde el Casino de la Reina (Isabel de Braganza), sito en la Glorieta de Embajadores. Y la del Parterre, que había sido dedicada a la llegada de Mariana de Neoburgo para contraer matrimonio con Carlos II, se trasladó desde su emplazamiento cerca de Los Jerónimos.

Respecto a las fuentes del Retiro, la de la alcachofa, en el S.O del estanque, fue diseñada por Ventura Rodríguez y llevada a cabo por Alfonso Bergaz y Antonio Primo. Primeramente fue situada en la Puerta de las Ventas (hoy Plaza de Carlos V, también conocida popularmente como glorieta de Atocha), en la que en 1986 se instaló una réplica. La fuente de los galápagos, diseñada por Javier Mariátegui en 1831 para conmemorar el nacimiento de Isabel II en el año anterior, fue realizada por José Tomás y Genovés, en 1832, y trasladada desde la Red de San Luis a su actual emplazamiento al N.O. del estanque.

Otra notable escultura, tan destacada por su calidad como por su originalidad temática, es la estatua del Ángel Caído, de Ricardo Bellver, que alcanzó el Primer Premio de la Exposición Internacional de París de 1878 y fue situada en la glorieta del mismo nombre a instancias de Urioste.

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El la regencia de María Cristina se convocó un concurso para erigir un monumento en memoria de su difunto marido, el Rey Alfonso XII. El ganador fue el arquitecto José Grases Riera, y el emplazamiento se llevó a cabo en el lugar que ocupaba el antiguo embarcadero de Fernando VII en el estanque grande. Sobre el elevado eje central se situó la estatua ecuestre del Rey, de Mariano Benlliure. Además de la hermosa columnata que lo acompaña, en disposición de semicírculo, son muy numerosas las esculturas que lo adornan, realizadas por diversos especialistas. Se finalizó en 1922.

En la amplia explanada, conocida como La Chopera, al menos una de las dos casetas de alquiler de bicis, reminiscencias de la Exposición Filipina de 1867, pervivió hasta su cuestionado incendio en los últimos años del pasado siglo. La sustituyó un remedo destinado a punto de información. En esa área había existido un hipódromo creado por Alfonso XIII, que pronto fue abandonado por carecer de suficiente espacio. En 1907 se realizó la Exposición de Industrias Madrileñas -cuyo pabellón central fue obra del arquitecto José Bellido- que inspiró la celebración de otras muestras en los años siguientes.

También la escultura tiene una amplia representación de obras en el Retiro. Además de la ya citada de Alfonso XII, a la que acabamos de hacer referencia, destaca la también ecuestre del General Martínez Campos (1907), del mismo autor, así como la de Campoamor (1914) y la de los hermanos Álvarez Quintero, ambas de Coullaut Varela, la fuente-escultura de Ramón y Cajal, de Victorio Macho, etc.

Entre las aportaciones del siglo XX se distinguen las de Cecilio Rodríguez, especialmente La Rosaleda – inspirada en la de la Bagatelle, de Forestier, en París – y las de Herrero Palacios en la antigua Casa de Fieras.

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A lo largo de dicho siglo, se fueron abriendo algunos establecimientos de esparcimiento, como cafés y restaurantes; y, más tarde, salas de fiesta como Pavillón y Florida Park. También se presentaron exposiciones y se dieron conferencias. Fue especialmente útil a esos propósitos la Casa de Vacas. Existieron pistas de patinaje, como la de “Skating”, pequeñas bibliotecas, por ejemplo la situada en el Parterre, y los frecuentados “aguaduchos” como los que siguen ofreciendo servicio junto al Estanque Grande, el Paseo de Fernán Núñez, la Glorieta del Ángel Caído, La Cabaña…También se instaló el kiosco de la música en 1925. A comienzo de los años 40, Eduardo de Rojas, Conde de Montarco, hizo montar en La Chopera un velódromo infantil, para lo que se niveló el terreno. Se podían alquilar triciclos y bicicletas en las dos bellas casetas, de madera y brezo, situadas en los extremos Norte y Sur de la explanada. Durante muchos años, en algunos días no festivos, ensayaban desfiles con música los soldados. Posteriormente, la Chopera fue invadida por instalaciones temporales de kermes, cine y música nocturnos, que perturbaban el descanso de niños y mayores en el vecindario.

Tristemente, en las últimas décadas del pasado siglo la imagen del parque ofrecía un aspecto lamentable de conservación, rayano en el abandono. De igual forma, el Jardín Botánico no sólo languidecía como un triste recuerdo de su brillante pasado, sino que sobre él se cernía el propósito de liquidarlo para construir en su lugar una ampliación del Museo del Prado. Sólo la fuerte presión de la ciudadanía, especialmente de la entonces asociación ADELPHA, consiguió eliminar tal propósito cuando ya se habían empezado a talar magníficos árboles en el jardín. A ello siguió una restauración, si no del todo feliz, al menos de salvamento. Se construyeron una considerable serie de edificios destinados a sus archivos documentales y magníficas colecciones, depósitos para su excelente herbario, biblioteca, despachos, laboratorios, bar-cafetería, tienda, etc. Tales edificios se situaron en el extremo de la calle de Alfonso XII próxima a la cuesta de Claudio Moyano. Se volvió a recuperar el trazado del jardín y sus paseos, se reconstruyó el edificio Villanueva y se amplió la capacidad de su espacio para conferencias y reuniones. Se fortaleció la parte más elevada, paralela a la mencionada calle de Alfonso XII, se contribuyó a controlar el drenaje de los riachuelos subterráneos procedentes del Retiro, etc.

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Sin embargo, el tipo de usos establecidos en un lugar muy poco apropiado para los mismos, no sólo por su proximidad al Museo del Prado sino, principalmente por su inmediata visibilidad desde la Glorieta de Murillo y a lo largo de la verja de la calle de Espalter, contribuyó primero a la desidia y el arrasamiento de cualquier elemento vegetal y, finalmente, a la cochambre. Zona ésta que, so pretexto de ser utilizada para materiales y servicios a partir del sur del invernadero creado por el entonces director, Santiago Castroviejo, aparecía tratada como un espacio dedicado al amontonamiento de basura, algunas herramientas, y materiales aparentemente de desecho. El triste destino final de dicha zona – que necesariamente debía haber sido restaurada y replantada para recuperar su tradicional naturaleza y función vegetal – ha sido su total arrasamiento, según un penoso y mal llamado “Plan de Protección” del año 2009, para construir en él unos edificios de materiales y carácter permanente, visibles desde el exterior, dedicados a servicios y funciones – como tienda, lavabos, sala, pequeño bar…- de los que ya se disponía en el amplio complejo habilitado y construido en el lado E y en el extremo S.E. con motivo de la citada restauración del recinto en la última parte del siglo XX, Desgraciadamente, el mismo plan contempla también un aumento extraordinario de las edificaciones administrativas situadas en el espacio S.E del jardín. Al menos, algo positivo – siempre que no consista en más construcciones duras y permanentes que sigan cercenando el espacio vegetal – parece el proyecto de crear un lugar específico para orquídeas en el lado Sur, detrás de los kioscos de libros de Claudio Moyano.

Por su parte, la ruptura de la unidad formada por la zona ajardinada del Retiro y el área intermedia entre ésta y el Paseo del Prado – cuyas construcciones palaciegas y sus zonas de uso y servidumbre habían desaparecido tras la guerra napoleónica – dio lugar a diversos planteamientos. Unos se mostraron partidarios de recuperar dicha unión física y conceptual en su origen, con diversas ideas y proyectos, entre los que cabe citar al arquitecto Pascual y Colomer, autor del edificio de La Cortes, y a Fernández de los Ríos. Otros, abogaron por su urbanización.

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El modelo de Madrid de Felipe IV, cerrado con murallas, era inviable para su crecimiento poblacional, lo que dio lugar al ensanche que, proyectado por Castro, tuvo su magnífica expresión en el barrio de Salamanca. Algo similar fue ocurriendo entre el Retiro y el Prado que, poco a poco, se fue poblando de palacios y casas donde vivían personajes y políticos importantes, aristócratas, alta burguesía, intelectuales, literatos, pintores y científicos destacados, entre ellos algún premio Nobel, como Ramón y Cajal, y otros vecinos ilustres, financieros, banqueros y clases económicamente solventes. Entre muchos otros, recuerdo a Fernando Álvarez de Sotomayor, Arturo Duperier, José María Pemán, Ladislao Vajda, Alejandro Casona, Juan Belmonte, José Ortega y Gasset, Pilar Valderrama, Carlos Morla, Otero Navascués, Piedita Hohenlohe, Camón Aznar, Plácido Arango, Julio Caro Baroja, Fernando Chueca Goitia, etc. Y otros, que a veces paseaban por el Retiro, como Concha Espina, o que no conocí pero cuya memoria pervivía en el ambiente, como Casares Quiroga, Ramiro de Maeztu, etc., Y, especialmente, me acuerdo del entrañable compañero de niñez de mi hermano José Antonio Fraguas, conocido como “Forges”. Durante el siglo XX los niños jugaban en el Retiro, estudiaban en determinados colegios y asistían a la iglesia de San Jerónimo. Casi todos se conocían, fundamentalmente por los diferentes espacios del Retiro donde acudían regularmente según la puerta del parque que les resultaba más cercana. Niños de otros barrios y algunos que permanecieron sólo de forma temporal en España, eran acogidos con el mismo agrado, e incorporados a sus juegos. Era algo así como una pequeña ciudad -dentro de la propia ciudad- que seguía y sigue estando íntimamente ligada al Retiro, al Prado, a los Jerónimos, al Botánico, a la glorieta de Murillo, a la plaza de la Lealtad, a la Puerta de Alcalá, a la cuesta de los libreros, al antiguo “Correos”, y a tantos otros rincones que identifican todo ese conjunto como parte de una unidad histórica y vivencial que sigue existiendo en el presente.

No podríamos terminar este relato sin recordar que, además del museo del Prado, en el actual barrio de los Jerónimos se encuentran numerosos edificios que por su valor intrínseco, su función, o porque contienen elementos culturales sobresalientes, merecen destacarse. Sin ánimo excluyente ni orden de prelación, mencionaremos los siguientes: Palacio de Comunicaciones (hoy sede principal del Ayuntamiento), Museo Naval, Museo de Artes Decorativas, Casa Palacio de D. Manuel González-Longoria, luego Colegio de Notarios de Madrid, Palacio de Bruno Zaldo, que fue después de los condes de Elda, en calle Alfonso XII, Palacete en calle Moreto esquina a Casado del Alisal, hoy Casa de Galicia, Casa-Palacio en el número 5 de la misma calle de Casado del Alisal, otros edificios notables por su arquitectura, son las casas de Oriol, del Conde de la Puebla, y de los Gutiérrez, los tres en Alfonso XII, así como el de Luis de Navas, luego de la familia Basagoiti, en la calle de Antonio Maura, etc. Prácticamente todos ellos, a excepción de los cuatro primeros, disponían de vivienda para el propietario y, el resto, de pisos de alquiler. Entre otros edificios destacables, cabe citar el Palacio de la Bolsa en Plaza de la Lealtad, la Real Academia de La Lengua, la Casa Palacio de Ramón y Cajal en Alfonso XII próxima al ya mencionado Museo Nacional de Antropología, y un largo etcétera.

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Finalmente, merece la pena dedicar una mención a una serie de esculturas que, con independencia de la referencia ya hecha a varias insertas en el Paseo del Prado propiamente dicho y en el parque del Retiro, jalonan el actual barrio de Los Jerónimos. Además de las que flanquean las entradas al Museo del Prado, que representan a Murillo, Velázquez y Goya, destacan la situada en la calle de Felipe IV, delante del Casón, obra de Mariano Benlliure que representa a la reina gobernadora, María Cristina de Nápoles, madre de Isabel II; el Monumento a los Caídos en la Plaza de la Lealtad, rematado por un obelisco, del arquitecto Isidro González Velasco; el también dedicado a Eugenio D’Ors, en el Paseo del Prado; el de Claudio Moyano en la calle de su nombre y, en el extremo en que ésta se abre a Alfonso XII, frente a la entrada al Retiro por la Puerta del Ángel Caído, una estatua del escritor Pío Baroja.

Son muchas las candidaturas de bienes españoles a su declaración como Patrimonio Mundial que he contribuido a promocionar. Probablemente ésta, por haber nacido y vivido frente al Retiro la mayor parte de mi vida y, durante mis primeros catorce años también con el Botánico a mis espaldas, me produzca una especial emoción. Quizá tanta como aquella de San Millán de la Cogolla, símbolo del nacimiento de la universal lengua castellana.

Madrid, 16 de junio, 2020.

María Rosa Suárez-Inclán Ducassi

 

Bibliografía:

  • Pita Andrade, José Manuel: El Palacio del Buen Retiro en la época de los Austrias. Madrid, 1970 (Entre 1460-1468)
  • Brown, Jonathan y Elliot, J. H.: Un palacio para un Rey, Madrid, 1980.
  • Fernández de los Ríos, A. Guía de Madrid. Madrid, 1876 .
  • Sigüenza, Fray José de: Historia de la Orden de San Jerónimo 1595-1605.
  • Chueca Goitia, Fernando: Casas Realesen monasterios y conventos españoles. Madrid, 1966 (Reed. 1983).
  • Ariza, Carmen: El Retiro, en Jardines Clásicos Madrileños. Madrid, 1981.
  • Lope de Vega al Parnaso. A la primera fiesta del Palacio Nuevo, en diciembre de 1633
  • Azcárate, José María: Anales de la construcción del Buen Retiro, en”Anales del Instituto de Estudios Madrileños”, I, Madrid, 1966

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